Hay videojuegos que recordamos por su historia, por sus gráficos o por lo revolucionario de sus mecánicas. Pero en muchos casos, lo que verdaderamente permanece es su música.
Este artículo es un viaje por aquellas bandas sonoras que marcaron una era. No todas son orquestales ni complejas. Algunas están hechas con pocos bits, otras con todo el espíritu de una rave. Pero todas tienen algo en común: dejaron una huella que trascendió al medio de los videojuegos.
Super Mario Bros (1985) – Koji Kondo
Antes de Super Mario Bros., la música en los videojuegos era poco más que un acompañamiento funcional, repetitivo y olvidable. Pero Koji Kondo cambió eso para siempre. Con apenas unos pocos canales de sonido y limitaciones técnicas brutales, creo unas melodías que ya son parte de la historia de la cultura pop.
Super Mario Bros. convirtió la música de videojuegos en un arte con entidad propia que aún se sigue explotando a día de hoy. Ah, Kondo no se quedaría ahí y volvería a hacer su magia en la saga Zelda. Leyenda viva.
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Donkey Kong Country (1994) – David Wise
En 1994 se estrenó para Super Nintendo Donkey Kong, el ambicioso juego de plataformas de Rare. Mientras todos esperaban una música melódica y simpática, David Wise entregó algo completamente inesperado: ambient, melodías envolventes, atmósferas melancólicas y rítmicas tropicales cargadas de marimbas y efectos de sonido. Mención especial para “Aquatic Ambience”, la cual logró una espiritualidad submarina tan perfecta que acabó trascendiendo el juego. Wise hizo sonar a la Super Nintendo como nunca antes había sonado, y su música fue una puerta de entrada para muchos niños al ambient.
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WipEout (1995) – CoLD SToRAGE
Pero la llegada del formato CD con consolas como la PlayStation lo cambió todo. WipEout fue pionero en entender que la música no debía ser un mero acompañamiento, sino parte esencial de la experiencia. Fue uno de los primeros juegos en poner el foco en la música con la misma intensidad que en el gameplay, y su estrategia fue clara: conquistar a los jóvenes que llenaban clubes y raves.
Para ello, necesitaban a los nombres que hacían vibrar esas pistas de baile. En una época en la que los videojuegos aún eran vistos como un producto infantil, muchos artistas se negaron a participar. Pero lograron convencer a Orbital, The Chemical Brothers y Leftfield, quienes cedieron una canción cada uno. El resto del OST lo firmó CoLD SToRAGE (Tim Wright), compositor interno del estudio, cuyos temas no solo estuvieron a la altura, sino que definieron el tono sonoro de toda una generación.
Con WipEout, el techno, el drum & bass y la electrónica underground entraron por la puerta grande en el mundo del videojuego. Y nada volvió a sonar igual.
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Final Fantasy VII (1997) – Nobuo Uematsu
Cuando Final Fantasy VII llegó a las tiendas en 1997, no solo cambió lo que se podía esperar de un videojuego… también cambió para siempre la percepción de lo que podía ser su música. Nobuo Uematsu, ya reputado por su trabajo en entregas anteriores, compuso una banda sonora tan rica, emotiva y ambiciosa que muchos lo llegaron a comparar con un músico cinematográfico.
Yo personalmente lo veo como el Ennio Morricone del mundo de los videojuegos: un compositor capaz de capturar el alma de una historia en apenas unas notas. Cada pista en Final Fantasy VII era una extensión del propio universo del juego. Desde la solemnidad de “Anxious Heart” hasta la épica “One-Winged Angel”, pasando por la inolvidable Aerith’s Theme el tema que lo cambió todo: una melodía sencilla y cristalina que logró que miles de jugadores lloraran frente a la pantalla. Por primera vez, muchos se dieron cuenta de que los videojuegos también podían doler.
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Silent Hill 2 (2001) – Akira Yamaoka
Silent Hill 2 es uno de los pocos juegos donde la música… duele. Akira Yamaoka, compositor y diseñador de sonido, repitió la fórmula noise-industrial de la primera entrega, pero esta vez la llevó más lejos: añadió guitarras distorsionadas, rompió las melodías y perfeccionó las atmósferas hasta convertirlas en ecos de un recuerdo reprimido.
La suya no es una banda sonora al uso. Es una presencia fantasmal, una capa más del trauma que recorre el juego. Y si la escuchas fuera del juego con atención, con unos buenos auriculares y la mente en silencio, descubrirás que cada sonido está lleno de detalles sutiles, de espacios vacíos y de texturas que susurran algo. Yamaoka logró que el sonido no decorara el horror, sino que lo encarnara. Como si toda la música del juego saliera directamente de una herida que aún no ha cicatrizado.
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Los Sims (2001) – Jerry Martin y Marc Russo
El primer Sims era, en el fondo, un juego cínico. En su momento no supe captar la ironía y me quedé con la idea de “simulador de vida”. Pero si querías progresar, tu Sim tenía que trabajar, y mucho. No había fines de semana, ni vacaciones reales. Todo para poder comprar un sofá mejor, una bañera más eficiente, una cocina más cara. Era una sátira disfrazada de juego cotidiano: una crítica al “way of life” norteamericano, donde la felicidad está siempre a un par de objetos de distancia.
Y la música fue su mejor cómplice. Bossa nova, jazz contemporáneo, easy listening… estilos elegantes, agradables, reconfortantes. Sonaban mientras decorabas tu casa, como si ese confort sonoro justificara la carrera constante por tener más. Era un Muzak refinado, diseñado no para centros comerciales, sino para interiores virtuales. Para muchos de nosotros, fue nuestra puerta de entrada a géneros como la Bossa Nova.
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Vice City (2002) – Varios
Me sorprende lo poco que se habla hoy de esta banda sonora, teniendo en cuenta el impacto que tuvo en su momento. En 2002, los años 80 seguían viéndose como una década superficial, hortera y pasada de moda. Pero Vice City fue una de las primeras obras mainstream en reivindicar esa estética, al nivel de lo que empezaban a hacer algunos sellos electrónicos como Gigolo Records de DJ Hell.
La música sonaba en las radios de los coches, donde el jugador podía elegir entre emisoras temáticas según su estado de ánimo. En Wave 103 redescubríamos el synthpop sofisticado de New Order o Tears for Fears. En Flash FM brillaban los hits de Laura Branigan, Hall & Oates o Michael Jackson. Y en Emotion 98.3 flotaban baladas melancólicas de Foreigner, REO Speedwagon o Cutting Crew. La selección no era un simple acompañamiento: era parte de la atmósfera, del relato, del homenaje.
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Undertale (2015) – Toby Fox
Undertale es uno de esos milagros que ocurren muy de vez en cuando en la industria. Creado casi en su totalidad por una sola persona, Toby Fox, el juego no solo recupera el espíritu irreverente de los JRPGs de Super Nintendo como EarthBound, sino que le añade una sensibilidad profundamente personal, honesta y melancólica. Pero si hay un aspecto en el que Undertale destaca de forma indiscutible, es en su música.
Toby Fox compuso toda la banda sonora, emulando los sonidos característicos de las consolas de 8 y 16 bits. A pesar de sus limitaciones técnicas, cada tema consigue una conexión emocional que muy pocos juegos han logrado. Fallen Down, Once Upon a Time, Ruins, Snowy, Megalovania… (podría decir muchas más) son ya historia de los videojuegos. ¿La mejor banda sonora hecha para un videojuego? Quizás sí.
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Nier: Automata (2017) – Keiichi Okabe
La banda sonora de Nier: Automata no solo acompaña: cuenta, siente, respira. Keiichi Okabe construyó un universo sonoro que dialoga directamente con los temas del juego: el dolor, la repetición, la identidad, la memoria. Cada melodía parece escrita desde la fragilidad de una máquina que sueña con ser algo más. Y, en esa contradicción, nace algo profundamente humano.
Canciones como City Ruins, Weight of the World o Amusement Park no se limitan a ambientar, sino que evolucionan junto a la historia, con variaciones vocales, instrumentales y emocionales según el contexto. El uso de lenguas inventadas, los coros etéreos y los arreglos melancólicos convierten cada pieza en un fragmento de un alma que no existe… pero que sentimos real. Pocas veces la música ha sido tan esencial para entender un videojuego como aquí. Keiichi Okabe logró lo que parecía imposible: que una banda sonora exprese la desesperación, la belleza y la fe de una civilización extinta.
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The Last of Us (2013) – Gustavo Santaolalla
The Last of Us es un videojuego que no es santo de mi devoción. Consiguió llevarse todos los premios inimaginables, fue encumbrado como obra maestra, y durante años mucha gente lo defendió como “el mejor juego de la historia”. Con el tiempo, esa percepción ha empezado a tambalearse. Pero una cosa es indiscutible: marcó a una generación entera. Y gran parte de esa huella emocional la dejó su banda sonora.
Gustavo Santaolalla, compositor argentino con dos Óscar a sus espaldas, optó por un enfoque radicalmente opuesto al de las grandes orquestaciones épicas habituales en los videojuegos AAA. Aquí, el protagonista es el silencio. Una guitarra rota, tensa, frágil, marca el pulso emocional del viaje. Santaolalla entendió que, en un mundo roto, la música también debía sonar herida.
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Podría haber nombrado decenas de bandas sonoras más que marcaron un antes y un después en la historia de los videojuegos: el hip hop funky y vibrante de Jet Set Radio, el revival sintético y violento de Hotline Miami, la épica cinematográfica de Red Dead Redemption 2, el acid jazz estilizado de Persona 5 o la experimentación absurda y entrañable de EarthBound. Todas ellas, y muchas más, han demostrado que la música en los videojuegos no es un simple acompañamiento, sino un lenguaje emocional que da forma al recuerdo.
Porque si algo tienen en común estas bandas sonoras es que lograron trascender su propio medio. Nos hicieron sentir, pensar, incluso llorar. Y aunque el juego termine y apaguemos la consola, esa música sigue sonando dentro de nosotros, como una melodía que ya forma parte de nuestra historia.
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